En Twitter, la palabra Positivo se convirtió en Trending Topic.
Se refiere al tema del momento, a los resultados positivos de los tests de Covid. La variante Delta le dejó paso a la Ómicron; en realidad ésta se metió prepotentemente a contagiar a todo el mundo. Las colas en los lugares de testeo ocupan decenas de cuadras, cada persona pasa horas tratando de hisoparse y la cantidad de casos se multiplica día a día. Los números, secos y desnudos, fuera de contexto, impresionan.
Un millón de casos en Estados Unidos, más de trescientos mil en Francia, casi cien mil en Argentina. Pero algo cambió. Las reacciones no son similares a las de un tiempo atrás. Y eso está muy bien porque la situación no es igual.
Los alarmistas (en especial los oficiales), los agoreros del desastre, pese al alto número de casos se mantienen replegados. No asumen su derrota pero ese silencio significa que entienden que si bien la alta positividad no es algo para celebrar, tampoco implica que el panorama sea catastrófico.
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La gente disfruta de las playas, pasea por las calles, come en las veredas. Salió de vacaciones sin esperar los números del Ministerio de Salud, sin correr a poner los canales de cable para ver las estadísticas a las 5 de la tarde apenas se publican. Los que se quedaron en sus ciudades trabajan dentro de un clima de normalidad. Ya nadie, más allá de algún productor televisivo, le da F5 de manera obsesiva a la página de los casos de Covid para saber cuántos dieron positivo durante esa jornada.
Esta actitud, esta manera de afrontar la coyuntura, no es un canto a la irresponsabilidad. Probablemente sea lo contrario. Es una reafirmación de la vida, de la vida sensata. Se dio de una manera natural, para nada forzada, e indica que la pandemia entró en una nueva etapa. Pero no me refiero a olas y cepas que mutan sino a una manera diferente de convivir con ella.
Porque no puede analizarse nuestra relación con la pandemia sin tener en cuenta lo que ha sucedido, cómo las circunstancias se fueron modificando, cómo la ciencia fue sabiendo más del tema. Una obviedad: nadie en su sano juicio puede creer que la situación es igual con vacunas o sin ellas.
Mirar para atrás, pensar en lo que se hizo en estos últimos dos años, es fundamental. Al principio nos enfrentábamos a lo desconocido, a algo que no se sabía cuál era su magnitud. Que la actitud inicial haya sido de prevención, de imponer el aislamiento masivo, parecía plausible. Equivocar alguna de esas medidas y mucho más si fue por cautela excesiva, fue comprensible. Lo extraño sería si actuáramos como si nada hubiera sucedido, si no aprendiéramos de la realidad. La mejor manera de no repetir errores (aún los involuntarios, lo que se dieron con buenas intenciones, con el deseo de proteger a los habitantes), tal vez la única, es reconocerlos como tales. Auscultar las decisiones y compararlas con el resultado, con sus consecuencias y con la manera en que el virus se fue desenvolviendo. La cuarentena vitalicia, la suspensión de las clases presenciales, el detenimiento de la actividad económica -y hasta de otros aspectos más recreativos pero que hacen a la sanidad mental- produjeron daños que tardarán mucho tiempo en repararse.
La cifra de ayer en Argentina fue de 95.159 casos confirmados con una positividad mayor al 57 %. La mayor cifra de casos desde el inicio de la pandemia. En otro momento –un año atrás o en el invierno pasado- con un número así se hubiera entrado en pánico. Literalmente. Se hubieran impuesto restricciones casi absolutas. Las medidas oficiales hubieran sido apoyadas y respetadas, en su mayoría, por la población. A esta altura, y con estas circunstancias, parece imposible que suceda. Y no sólo porque cómo muchos perciben hay hastío en la gente, una necesidad de salir del encierro, una necesidad espiritual y, también, material. Los bolsillos, las economías personales, no resisten más encierros ni detenciones.
La variante Ómicron es mucho más contagiosa. Pero también su letalidad es notoriamente menor. Y este dato es el verdaderamente relevante. Hoy el número de infectados, a solas, sacado de contexto no informa nada. O al menos, no informa nada sustancial.
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Las cifras de camas ocupadas en terapia intensiva y de muertes son el parámetro a mirar, el más valioso. Ayer en un importante hospital privado porteño había tres camas de terapia intensiva con pacientes con Covid; uno con una grave enfermedad preexistente y dos que no estaban vacunados. Esa es la foto que hay comparar con la de seis meses atrás y no el parte diario del Ministerio. Los hospitales no sólo tenían repletas sus UCIs, sino que habían habilitado otros espacios para que funcionaran como tales. La ocupación en el sistema público (contando todas las patologías) es del 37% y las fallecimientos reportados fueron 52 (aunque la operación no sea correcta porque no hay una directa correlación, sólo para tener una referencia con 95.159 casos ese número de muertes representa el 0,054%).
Hoy el humor social es otro. Por eso Positivo es TT en las redes sociales. Por eso se le pone el # antecediendo la palabra, por eso se lo convierte en hashtag. La mirada de la gente se permite por primera vez desde el inicio de la pandemia el humor, la aceptación de la situación, con una actitud afirmativa y esperanzadora. Hay una actitud asertiva. Positiva. Que no se deja abrumar por las cifras porque ve el panorama completo. Todavía se convive con el drama pero hay lugar para la risa, para la mirada hacia el futuro. Para la esperanza.
Fuente: Infobae
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