Chile: elecciones y alternativas políticas
Hay hechos simbólicos. El domingo 19 por la noche, mientras Sebastián Piñera trataba de disimular su incomodidad con los 4 a 12 puntos menos que sacó de acuerdo con lo que predecían encuestadores complacientes con el poder fáctico chileno, Beatriz Sánchez, la voluptuosa y simpática líder del Frente Amplio, festejaba su 20% a pesar de que no entraba en el ballotage por apenas dos puntos y medio. Tras cartón, Fernando Matthei, el general de la Fuerza del Aire (FACH), ex comandante en jefe de la Junta Militar que gobernara Chile bajo la tutela del general Augusto Pinochet, entre 1973 y 1990, fallecía a los 92 años.
Piñera, un empresario exitoso, quiere volver a la Presidencia de Chile, un país que ha encaramado y mantenido a muchos Piñera, en estos últimos 40 años, en el contexto de una economía abierta al mundo, pero pequeña y una sociedad aún demasiado elitista, "pacata" y desigual, a pesar del proceso de democratización iniciado en los noventa y la gran consistencia y eficacia de las políticas que bajaron la pobreza.
Bea Sánchez, como le llaman cariñosamente sus seguidores, articuló una coalición política muy diversa, con intelectuales, jóvenes, muchos de ellos forjados en las luchas estudiantiles de 2011 por una educación pública gratuita, mujeres al frente de hogares, homosexuales, etcétera. Ya había dado cierta sorpresa en las municipales de 2016, al ganar Valparaíso con el joven abogado Jorge Sharp al frente de la alcaldía. Mientras los otros candidatos festejaban u ofrecían sus conferencias de prensa en lujosos hoteles, Sánchez brindaba un discurso horizontalista en la calle de un barrio de clase media de Santiago.
Sánchez, que predica ingenuidad y austeridad, contraría, con su millón y medio de votos, todos los pronósticos de las encuestas. Es un bálsamo de aire fresco para un progresismo chileno cuyos principios, la vieja Concertación de Partidos por la Democracia y la Nueva Mayoría de la actual presidente Michelle Bachelet, parecen haber traicionado, por haber pactado la continuidad del modelo económico y la Constitución de 1980, heredadas de Pinochet.
Mientras ellos sólo se atrevieron a un reformismo gradualista y posibilista a lo largo de décadas, mientras se acomodaban en sus bancas legislativas o en sus cargos ejecutivos tras décadas en el poder, Sánchez grita un "Sí se puede", paradójicamente igual que el presidente Mauricio Macri del otro lado de la Cordillera, aunque en sus antípodas ideológicas, para demostrar que, cuando llegue al poder, en el corto plazo, de una forma negociada con Guillier o solitaria en el futuro, pretende cambiar toda la institucionalidad económica heredada de los ochenta, incluyendo el sistema privado de pensiones (AFP), inédito en el mundo.
Con originalidad, Sánchez anuncia un programa de unidad nacional, algo que suena tremendamente atípico en un Chile que está muy polarizado desde hace décadas, aunque ahora en paz. Matthei, en cambio, es un apellido que despierta odios y rencores, aunque ya representa al pasado, el mismo donde empezó a construirse esa desunión a la que hacíamos referencia, que los candidatos ahora quieren terminar.
Su ingreso al frente de la Junta Militar aliado a Pinochet, tras haber expulsado a su antecesor, el general de la FACH Gustavo Leigh, y con un proceso judicial tampoco demasiado claro respecto a su papel en torno a la desaparición física de Alberto Bachelet, camarada de armas, amigo suyo y padre de la Presidente actual, han sembrado enormes dudas en la opinión pública sobre sus responsabilidades históricas. Sólo parece salvarlo de ese veredicto político el hecho de que, en la medianoche del 5 de octubre de 1988, en ocasión del plebiscito donde ganaría el "no" a la continuidad del general Pinochet al frente del poder, Matthei, ante la posibilidad cierta de que el líder de la Junta se negara a reconocer el resultado adverso y urdiera un autogolpe para permanecer en La Moneda varios años más, Matthei públicamente rechazó esa posibilidad, después de que le respondiera en privado: "Ni se le ocurra, general".
El Chile de un Piñera que se aferra a ganar en el ballotage de diciembre para consolidar lo logrado, aunque ello dependa si se recuesta a su derecha o se vuelca decididamente al centro; de un Matthei con cuya muerte se apaga por fin la larga transición iniciada en 1988-1989 y de una Sánchez que emerge como lo nuevo en términos políticos y sociales, es lo que parece estar cambiando. Por supuesto, se suman a toda una serie de factores que, habría que recordar, se ha ido produciendo en los últimos años:
-En una sociedad fuertemente machista, la presencia de dos candidatas a presidente mujeres, la citada Bachelet y Evelyn Matthei, la hija del fallecido general de la Fuerza del Aire, en el ballotage de 2013.
–Las crecientes e incesantes demandas sociales en favor de nivelación y gratuidad en servicios públicos como educación, salud, pensiones, pero también en protección del medio ambiente, en un país donde se paga hasta para respirar y vive de la minería (cobre).
-La cada vez más amplia clase media, cuyas expectativas van en aumento, tras haber logrado comprar su casa o un apartamento en cuotas a 30 años de plazo, su auto importado cero kilómetro, veranear en el extranjero, pagar el ingreso de sus hijos a una universidad privada, etcétera.
–Las discusiones producto de la insurrección mapuche en regiones del sur, como La Araucanía, acerca de la posibilidad de generar un Estado plurinacional al estilo de Bolivia, en un Chile que nunca ha reformado su estructura unitaria: el neoindigenismo y el regionalismo son las grandes novedades de la geopolítica chilena posmoderna.
-La fragmentación de la derecha y el centro: hoy no sólo el ex concejal y diputado, padre de nueve hijos, católico y descendiente de alemanes, José Antonio Kast, se ha apartado de la tradicional coalición Renovación Nacional (RN)-Unión Democrática Independiente (UDI), ubicándose "a la derecha de la derecha", defendiendo la herencia pinochetista. Además, el Movimiento Evolución Política (Evópoli), a cargo de Felipe Kast, sobrino de José Antonio e hijo del ex ministro de la Oficina de Planificación Nacional de Pinochet, Miguel Kast, Francisco Undurraga, el actor Luciano Cruz-Coke, Roberto Ampuero y Harald Beyer, entre otros. Amplitud, de la senadora ex Renovación Nacional, Lily Pérez; Ciudadanos, ex Fuerza Política, liderado por Andrés Velasco Brañes, ex ministro de Hacienda de Bachelet, más ex militantes del Partido Por la Democracia (PPD) en contra del sistema binominal o a favor del matrimonio igualitario; el Partido Regionalista Independiente (PRI), fundado por los Zaldívar (Adolfo y Alberto), ex Democracia Cristiana (DC). Todos ellos se han animado a crear alternativas políticas por fuera de las grandes coaliciones construidas en la transición. En un país tan hegemonizado por la economía de mercado pero con grandes holdings familiares y moralmente tan conservador y ultracatólico, todas estas agrupaciones, aún pequeñas electoralmente, han intentado traspasar esas fronteras ideológicas y morales, privilegiando la libertad y la competencia, aunque compatibilizándolas con la igualdad.
–El domingo 19 se acaba de votar un Congreso con una elevada renovación política, considerando que fue el primero aplicando ley de cuotas, favoreciendo la presencia femenina. Históricos como los citados Lily Pérez y Andrés Velasco, los DC Ignacio Walker y el octogenario Andrés Zaldívar, el último legislador sobreviviente del Parlamento de 1973, y los socialistas Camilo Escalona, Osvaldo Andrade Lara y el PPD Jorge Tarud, no han sido releectos y dejarán sus bancas en la Cámaras de Diputados y el Senado a partir de marzo de 2018.
El autor es doctor en Relaciones Internacionales (UNR), profesor de Política Internacional (UNVM-UCC) e integrante del CARI.