Cuesta encontrar gente sana
Apolo y Daphne
Cuentan que el dios Apolo, señor del Sol y de la música, gran cazador, quiso una vez matar a la temible serpiente pitón que habitaba en el monte Parnaso. La buscó durante largas semanas, y cuando por fin dio con ella la hirió mortalmente con sus certeras flechas. Apolo descollaba en el uso del arco. El animal huyó, muy malherido, y el dios la persiguió hasta un templo en Delfos, donde terminó de quitarle la vida con sus propias manos. Orgulloso de su labor, tomó posesión del templo, donde se pronunciaban los oráculos de la madre Tierra. Esto irritó a los otros dioses, que acudieron a cuestionarlo, pero Apolo los ignoró e incluso decidió burlarse de Eros, el joven dios de la atracción sexual, el amor, el sexo y la fertilidad (también conocido como Cupido).
Lo increpó: "Tú, joven afeminado: ¿no crees que esas armas son más propias de mis manos que de las tuyas? Mirá, yo las sé lanzar con certeza sobre animales feroces. No querrás equiparar tus victorias con las mías, ¿verdad?".
Molesto por la burla, Eros decidió tomar venganza. Preparó, entonces, dos flechas: una de oro y una de hierro. La saeta dorada despertaba el amor; la de hierro, el odio. Con la primera le disparó en el corazón al soberbio Apolo, y usó la segunda para inocular a Dafne, una casta ninfa aficionada a la caza, hija de la Tierra y del dios fluvial Peneo. Los efectos opuestos fueron inmediatos: Apolo se encendió de pasión por la ninfa, y ésta sintió por él una instantánea repulsión.
Aunque Apolo la siguió con insistencia, y le rogó que se casara con él de todas las maneras posibles, la joven se empeñaba en rechazarlo. Eros, muy satisfecho, contemplaba la situación desde sus dominios celestes. Ya sin recursos, Apolo decidió secuestrarla. Pero cuando estaba a punto de hacerlo, la joven Dafne solicitó la ayuda de su padre. En un instante, su cuerpo se transformó en el tronco nudoso de un árbol, y sus brazos en largas ramas. De sus cabellos brotaron hojas verdes. Sus delicados pies se enterraron en el suelo y se trenzaron como raíces. Había nacido el laurel.
El mito dice que incluso luego de esta metamorfosis Apolo siguió enamorado de Daphne, y que abrazó con todo su cuerpo el árbol que se había materializado delante de sus ojos, donde sintió que el corazón de la ninfa aún palpitaba dentro de la fría corteza. Como ya no podía desposarla, prometió que velaría por ella, y que desde ese día en adelante sus hojas coronarían las cabezas de los héroes y adornarían las puertas de las moradas de los emperadores. Le infundió al árbol el don de la juventud y de la inmortalidad, para que sus hojas fueran por siempre verdes.
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Históricamente este mito siempre fue interpretado como la contraposición entre la virtud de la castidad y el desenfreno de los impulsos sexuales. El celibato eterno de Daphne, transformada en laurel, verde por siempre pero incapaz de sentir, y la condena de Apolo, destinado a amar por siempre a ese ser que lo rechaza. Como siempre en estos casos, hay de por medio un dios receloso y enojado que impone su castigo. Aquí es Cupido, que ante la burla usa sus flechas para condenar a Apolo a vivir eternamente persiguiendo un amor de desdichado. Daphne, también compelida por esta magia de Cupido, lo rechaza con horror. Si quitáramos los elementos mágicos, diríamos que se trata de dos personas contrapuestas inmersas en una relación bastante negativa. ¿Y no es este casi un denominador común de todos nosotros? ¿Quién no tuvo en su vida una de esas relaciones tóxicas, enfermas, deslucidas, que en lugar de potenciarnos nos empequeñecen? Lo veo todo el tiempo. Y no, no se dan relaciones así por capricho de los dioses, como en los mitos clásicos: somos nosotros mismos los artífices de esos vínculos dañinos. Dijo una vez Osho, ese enorme maestro, acerca de este tema: "Un relación enferma te mata antes de tiempo". Así de brutal y así de cierto. Porque una relación tóxica hace aflorar en nosotros la desdicha, la vulgaridad, la violencia, la manipulación, la carencia, la demanda, la indiferencia, la frialdad, el miedo y la tensión. Y eso repercute en el cuerpo.
Y aunque no hay por qué entablar relaciones enfermas, lo que sí creo que hace falta en esos casos (y que suele ser, además, una forma divina de encarar la vida) es amar a todos los seres con una cierta gratitud. Me podrías objetar: ¿Cómo? ¿Amar a incluso a los que me lastiman, a los que me empequeñecen, me dañan, no me permiten brillar? Sí, también a esos. Pensá, por otra parte, que todo es causal, y nada es casual. Todo lo que llega a tu vida, cada situación por la que pasás, se da por algún motivo.
Si entendés esa idea es porque captaste una de las grandes verdades de la existencia. Internalizar esta certeza te permite cambiar el enfoque de las cosas. Desde esta óptica, el otro nunca más va a ser un enemigo, o alguien de quien se puede obtener una ventaja. El otro es, por el contrario, un maestro que vino a provocarte para que aprendas, para que te hagas cargo de tu libertad y de tu vida.
Cuando logres ver en el otro a ese maestro del que hablo, vas a ser una persona más libre y más profunda, más plena. Y sabé que cada maestro enseña una cosa diferente. El que te pone nervioso te enseña a ser paciente; el que te ataca te enseña a valorarte y a no vivir obsesionado por la opinión de los demás; el que te engaña te enseña a ser honesto. Y la lista sigue. Completala vos con tu propia experiencia. Sobran ejemplos.
En este sentido, las personas con las que interactuamos representan la oportunidad de conocernos mejor a nosotros mismos. Son una vía hacia el despertar.
La trama de los vínculos es un juego divino y perfecto. Los grandes sabios dicen que cada quien –en términos kármicos– elige venir a esta vida con determinada circunstancia de aprendizaje. Mientras no lo aceptes eso con ternura, con buen humor y con compasión, puede que sigas sumido en el sufrimiento. Desde luego que podés (y debés) evitar las relaciones que te enferman, pero llevá siempre ese vínculo en tu corazón, como si se tratara de un hermano del alma. Ya que ese enemigo/hermano hizo mucho para que vos pudieras despertar. Tomalo como una fase de tu aprendizaje.
Y entonces, por contraposición, ¿a qué podemos llamar una relación sana? Me parece que una relación es verdaderamente sana cuando saca de nosotros nuestra luz, nuestra verdad, nuestro amor, nuestra generosidad, la simpleza, el servicio, la entrega, el humor, la alegría y el entusiasmo de seguir creciendo juntos, complementando uno lo que el otro no manifiesta aún y viceversa. Cuando sos parte de una relación sana ves al otro como una prolongación de vos mismo. En casos así, el otro es tu espejo, y te permite transitar esa alegría sobrenatural de amar sin esperar reconocimiento o devolución. Y una relación así literalmente sana la vida.
Y todo empieza por uno mismo. Para estar bien en compañía de otro, primero es fundamental estar en bien en soledad. Cuando nos relacionamos con alguien desde la carencia, el resultado no es tan feliz. Creemos que esa persona va a llenar el vacío interior, pero sucede todo lo contrario, porque no se trata de un amor genuino, y se termina rápidamente. Cuando la mente vibra bajo, capta gente en igual sintonía. Y en cuento notamos la ilusión (es decir: el otro nunca va a hacernos salir de la negrura), entonces se produce el conflicto.
La verdadera relación sana es aquella en la que cada uno se ha unido con el otro de una forma positiva. Cuando ambos integrantes piensan en dar, en embellecer la vida del otro sin esperar recibir algo a cambio. Siempre que dos personas se encuentran, se crea un mundo nuevo. Y sólo cuando el amor crece va más allá de la biología y empieza a tener algo espiritual profundo. A eso se lo llama, metafóricamente, la unión de dos almas. Una relación de uno a uno, sostenida en el tiempo y en la que hay genuina comprensión, aporta un beneficio tremendo al crecimiento de cada integrante. Los dos sacan de sí su mejor versión, y se recuerdan mutuamente su verdad cada vez que el mundo se las hace olvidar durante un rato. Se ayudan a salir de cualquier amnesia transitoria.
Cuando sentís que se detiene el tiempo y el día a día se te hace adorable, entonces estás en una relación de amor. Cuando te ves a vos mismo en el otro, esa es una verdadera relación de amor.
Estar encarnado es algo demasiado valioso como para malgastar ese tiempo en interacciones que no nos aportan luz ni calma. Es muy difícil despertar a la verdad si estás atrapado en una trama de relaciones que enferman, que te aplastan y no te dejan resplandecer. Con esto en mente, entonces, preguntate: ¿qué soy? ¿Príncipe o mendigo de mi vida? ¿Sos el cobarde o el héroe? No sigas negociando tus días. Sos un tesoro divino, y no te merecés entramparte en relaciones negativas. Forjate sueños nuevos, solo así te vas a sentir enteramente vivo. Sin sueños, hay depresión. La vida es una aventura minuto a minuto. Y vos sos el creador de tus suerte y de tus días. No seas actor pasivo de tu vida, condenado a repetir un guión escrito por otro. Donde está tu pensamiento, está tu creación y tu vida.