Cada nuevo libro de Daniel Guebel es una noticia celebrada. Esta vez, además, la salida de Tres visiones de Las mil y una noches (Eterna Cadencia Editora) coincidió con la importante distinción de la Academia de Letras, que le entregó el Premio Literario en la categoría novela por El absoluto.
Sherezade y Las mil y una noches son temas a los que Daniel Guebel regresa con insistencia. En este nuevo libro, sin embargo, el peso no está en la heroína que se salva contando historias, sino en Shahryad, el sultán enamorado. Como decía Alan Paul: "Si Guebel es el único contrabandista de orientalismo que prosperó en la literatura argentina, es porque su programa literario no ha dejado de plantearse, y de complicar, el desafío que desvelaba a Sherezade: cómo darle una vuelta más al nudo que anuda narración y muerte".
En los tres cuentos del nuevo libro —dos inéditos y un tercero que ya había salido en un volumen anterior al que justamente le había dado título, Los padres de Sherezade—, la figura de Sherezade es evanescente, incorpórea, inalcanzable. En diálogo con Grandes Libros, Guebel dirá que Shahryad podría decir de Sherezade lo que Julio Sosa dice en el tango "Soledad": es un fantasma que crea mi ilusión.
—Sherezade y Eva Perón suelen aparecer en tus libros. ¿Son comparables? ¿Son dos motores narrativos?
—Me gusta mucho la idea. No puedo encontrar una relación de inmediato, pero diría que este libro está anticipado en La carne de Evita, en el cuento "Monumentos", donde empiezo hablando de monumentos y termino diciendo que el peronismo es nuestro cuento oriental.
Para mí, el peronismo es un cuento oriental
—Alguna vez dijiste que el peronismo era como una relación antigua.
—Sí, de hecho, le mandé Tres visiones a un amigo peronista con la clave "Sherezade es Eva Perón y Shahryad es Perón". En términos de construcción mítica es lo mismo. Para mí, el peronismo es un cuento oriental. Sigo escribiendo sobre el peronismo bajo otra forma. Habría que ver cuál es el tropismo más fuerte: si orientalizar al peronismo o peronizar a oriente.
—¿Por qué el título Tres visiones de Las mil y una noches y no "tres versiones"?
—Le había puesto Tres versiones, lo cual es atinado, porque configura una pequeña serie de interpretaciones sobre la escritura o la invención de Las mil y una noches, pero la palabra "versiones" me sonaba con un carácter ensayístico —que en rigor sólo tiene el último de los cuentos— y me remitía fuertemente a un cierto borgianismo. De golpe, un día, simplemente, cuando ya estaba por entregar el libro, tuve la sensación de que estética y místicamente era mejor "versiones".
—En este libro está incluido "Los padres de Sherezade", cuento que da título a un libro anterior tuyo. ¿Por qué lo incluiste? ¿De qué forma funciona aquí?
—Hace tres o cuatro años, por lo menos, todos mis textos remiten al Oriente. Un Oriente imaginado e inventado del cual este pequeño libro es un testimonio. Me doy cuenta de que estoy trabajando por series antes que por cortes. Estoy trabajando una zona: en mi Yoknapatawpha o mi Colastiné oriental.
—¿Esto sucede desde El absoluto?
—El absoluto fue un momento a la vez de condensación y expansión de un universo narrativo. Condensa buena parte de mi producción anterior y dispara mis libros hacia otras regiones. Uno de los disparos es Oriente.
—En estos cuentos, y en tus libros en general, la lógica aparece como un problema. Por ejemplo, que el sultán busque continuamente la variación, lo vuelve monótono. La lógica de los personajes los convierte en sujetos paradójicos.
—Una vez leí una entrevista a Perec, que es un autor que no me interesa o que leí mal, en donde decía que siempre se sentaba a escribir bajo principios distintos. "Si siempre lo hace", me dije, "siempre hace lo mismo". Supongo que eso está en el origen del discurso de Shahryad respecto de la monotonía y la variación.
—Pero insisto: en la trama borgiana la lógica es de hierro, en las tuyas es paradójica.
—Porque mis personajes son obsesivos y están locos; los de Borges apenas son inteligentes. No sé si tengo respuesta. Mis personajes se enfrentan a situaciones imposibles. Shahryad está con Sherezade, está por extraer su propio goce —no sabemos si también el de ella— y de repente se aparta. ¿Por qué se aparta? Para saber si verdaderamente ella es de él. Y cuando ella escapa, él se da cuenta de que lo único que necesita es la presencia de esa mujer que tal vez estaba a punto de matar. Mis textos van sobre lo imposible.
He escuchado que yo soy un escritor misógino. Yo digo que no, en todo caso soy misantrópico.
—Son las mujeres: Sherezade, Eva, la mujer de Ella, la de Derrumbe. ¿La imposibilidad es la mujer?
—Un escritor, cuando leyó Derrumbe, me dijo "¡Guebel, por qué te echás la culpa de todo! La culpa la tienen las mujeres". ¿Habrá hecho carne en mí ese comentario? No creo. Porque eso me remite a otra cosa: he escuchado que yo soy un escritor misógino. Yo digo que no, en todo caso soy misantrópico. Si se leen bien mis textos, los hombres quedan mucho peor que las mujeres.
—Shahryad compara al silencio con el poder: "Quien se preserva gobierna, quien se muestra es derrocado", dice. ¿Cómo hace juego esa frase en el escritor, que es quien no hace silencio?
—El escritor habla para no ser escuchado. Yo no sé si hay un rol del escritor en la sociedad contemporánea, porque sólo hay función del escritor cuando es funcional a los intereses políticos del gobierno de turno. Sólo aparece como escritor públicamente aquel que se ha convertido en un periodista. El escritor ya no es el sabio de la tribu, el que veía más lejos y pensaba en términos amplios. Lo cual era una extensión ilícita; se supone que el escritor es el dueño del lenguaje y, por lo tanto, es el dueño del pensamiento, pero no necesariamente es así. Para decirlo en términos groseros, el escritor como figura social ha desaparecido de Argentina. Por un lado, por la desaparición del boom latinoamericano y el fin de la alianza fáctica entre la literatura latinoamericana y la idea de la revolución socialista. Por otro lado, porque el único programa de televisión donde aparecían los escritores era el de Mirtha Legrand y como ya se le murieron Manucho Mujica Lainez, Silvina Bullrich y no sé quién más, ahora sólo hay vedetongas, políticos oficialistas y operadores de los servicios de inteligencia. ¿Cuál es el lugar del escritor? Tampoco es la resistencia. La resistencia puede operar en el lenguaje, en sistemas donde importa la comunicación, pero donde la literatura se vuelve asocial, donde la existencia de un autor sólo es visible por la aparición de un premio, el escritor no existe más.
—¿Es una situación que da libertad o desasosiego? ¿Qué hace que publiques un libro sabiendo que va a provocar un efecto menor al de tu ilusión?
—Eso ha ocurrido desde siempre. Si obrara de acuerdo a la ilusión, no escribiría. Me acuerdo de entrevistas a autores norteamericanos que decían "Si mi primer libro no vendía más de 10.000 ejemplares yo me dedicaba a otra cosa". Eso es impensable acá. Por supuesto, habría que ver si el precio que paga un escritor por lograr la circulación de sus textos no es mayor que el paga por escribir de acuerdo a esa expectativa. Pero también es cierto que en la mayoría de los casos el efecto de éxito no ha sido buscado. Salvo en los últimos años, con un escritor que admiro porque logró lo que se propuso y cuya literatura es popular sin ser desdeñable, sino todo lo contrario, que es Jorge Fernández Díaz.
—¿El premio de la Academia de Letras te cambia en algo?
—¿En qué sentido?
—Recuerdo columnas de Maximiliano Tomas o de Pablo Gianera diciendo que debía llegar un reconocimiento como este.
—Qué amables son los amigos. En la vida es mejor no ser resentido y envidioso, excepto que eso sea un motor de escritura. Pero narrativamente no veo que eso opere mucho en mi literatura, salvo muy al comienzo cuando ni siquiera tenía motivos para ser resentido y envidioso porque recién empezaba a escribir.
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