Debatir más que imponer: la despenalización del aborto en Argentina
Esta semana el Presidente de la Nación habilitó el debate sobre la despenalización del aborto en Argentina. Así jerarquizó al Congreso como institución, como espacio que representa todas las voces. Por ello y no por otra cosa es conocido como la casa de la construcción del consenso en todas las democracias. ¿Estará el Congreso a la altura de lo que la sociedad y la Presidencia esperan que allí ocurra? Debatir más que imponer, politizar más que partidizar, representar más que polarizar parece ser la guía que deberían tener a mano diputados y senadores si es verdad que están en condiciones de demostrar a la ciudadanía que, luego de 34 años de democracia, la tolerancia no es una palabra vacía sino una práctica, es decir, una cultura política.
Debatir más que imponer. Como fue con paridad el año pasado y, antes de eso, con matrimonio igualitario, y antes de eso, con divorcio vincular; hay temas que no tienen partidos sino ciudadanía. Así ocurre este año con la despenalización del aborto en Argentina. Todos sorprendidos. ¿El consenso social supera la estrategia de la élite? Sí. ¿El mensaje supera a los mensajeros? Sí. El desafío en el Congreso no es la velocidad sino el respeto. No hay diputados, ni senadores, ni asociaciones civiles, ni Iglesias que sean dueños de temas que son de la sociedad más que de alguien en particular.
Apenas dos meses atrás, una reforma legislativa sobre las jubilaciones y las pensiones visibilizó que la violencia en la negociación política se encontraba dentro y fuera del Congreso. El uso de la amenaza y la intimidación como método para discutir los debates necesarios para un país viable impactó tanto que incluso se sostuvo que el consenso alfonsinista se estaba debilitando. ¿Está debilitado? ¿En qué consistía? En tres premisas básicas para sostener "una democracia para todos los tiempos": respetar los derechos humanos y la plena vigencia de las libertades cívicas; hacer de la tolerancia el método para construir sobre la diferencia; hacer de la solidaridad una ética. No hace falta pensar igual, puedo ponerme en su lugar.
Esas tres premisas son las que la ciudadanía espera que el Congreso pueda practicar. No se trata de ofrecer a las élites el triunfo de una ley. Se trata de transitar el trayecto que nos permita entender, convencer, deliberar. El desafío de construir tolerancia, civilidad democrática, no velocidad.
Politizar más que partidizar. La despenalización del aborto implica más que cambiar un artículo del Código Penal. Ir por lo menos sería anular ir por lo más. Una victoria pírrica. El debate es la herramienta para hablar de todo lo que se necesita no callar y están en juego los derechos de niñas y mujeres a una política democrática sobre salud reproductiva en Argentina. Politización, sí. Toda la que sea necesaria para decir que este tema atraviesa a las mujeres de todas las clases sociales, de todas las edades, de todas las provincias, de todos los partidos y de todas las religiones. Partidizar es no respetar el derecho de esos protagonistas reales a quienes en nombre del poder de las bancas se las quiere limitar más que proteger, partidizar más que representar.
¿Aprendimos? Si se cree que se puede aplicar a la despenalización del aborto la vía utilizada en la reforma previsional —imposición, rigidez, descalificación—, es probable que no haya ley sino solamente polarización. Intensidad con división. ¿Tienen los diputados y los senadores el derecho a dividir un consenso social que demanda institucionalización? No. Tenemos el desafío y la responsabilidad de trasladar a la escena pública la práctica de una tolerancia, una solidaridad y un respeto por los derechos humanos de niñas y mujeres argentinas que hoy no nos pertenece y, claramente, nos supera. ¿Tendremos la humildad de respetar y la responsabilidad de construir? Ojalá que sí.
La autora es diputada nacional Evolución Radical, Ciudad de Buenos Aires.