Desgarradora carta de Adriano sobre su alcoholismo, el duelo por su padre y su vida en la favela

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Adriano, exfigura de la selección de Brasil, Flamengo, Inter de Milán. Fiorentina, Parma, San Pablo, Roma, Corinthians, Atlético Paranaense y Miami United, se refirió con total crudeza a la infelicidad que acompañó su vida profesional, los traumas de su familia y la necesidad de volver una y otra vez a la peligrosa favela de su infancia. Lo hizo en vísperas del lanzamiento de su biografía Meu Medo Maior, en una carta en The Players Tribune, el portal recordado en Argentina por publicar un texto de Ángel Di María en 2018 en el que repasaba los duros esfuerzos de su niñez por mantenerse en el fútbol.

“¿Sabés lo que se siente ser una promesa? Lo sé. Incluyendo una promesa incumplida. El mayor desperdicio del fútbol: yo. Me gusta esa palabra, desperdicio. No solo por cómo suena, sino porque estoy obsesionado con desperdiciar mi vida. Disfruto de este estigma. No tomo drogas, como intentan demostrar. No me gusta el crimen, pero, por supuesto, podría haberlo hecho. No me gusta ir a discotecas. Siempre voy al mismo lugar de mi barrio, el kiosco de Naná", se definió el exatacante.

Enseguida, relacionó su adicción al alcohol con un difícil contexto familiar: “Tenía 14 años y en nuestra comunidad todos estábamos de fiesta. Había mucha gente, samba, gente yendo y viniendo. En aquella época, yo no era bebedor. Pero cuando vi a todos los chicos haciendo sus cosas, riéndose, dije ‘aaaahhhh’. No había manera. Tomé un vaso de plástico y lo llené de cerveza. Aquella espuma amarga y fina que bajaba por mi garganta por primera vez tenía un sabor especial. Un nuevo mundo de ‘diversión’ se abrió ante mí. Mi madre estaba en la fiesta y vio la escena. Se quedó callada, ¿no? Mi padre… Mierda”.

Almir Leite Ribeiro, conocido como Mirinho, no se lo dejó pasar: “‘Pará ahí mismo‘, gritó. Mis tías y mi madre se dieron cuenta rápidamente y trataron de calmar los ánimos antes de que la situación empeorara. ‘Vamos, Mirinho, está con sus amiguitos, no va a hacer ninguna locura. Sólo está ahí riéndose, divirtiéndose, déjalo tranquilo, Adriano está creciendo’, dijo mi madre. Pero no hubo conversación. El viejo se volvió loco. Me arrancó la taza de la mano y la arrojó a la zanja. ‘Yo no te enseñé eso, hijo’, dijo”, explicando que su abuelo paterno había fallecido a consecuencia del alcoholismo.

La situación de su padre por ese entonces ya había cambiado radicalmente desde hacía cuatro años: “Le dispararon en la cabeza en una fiesta en Cruzeiro. Una bala perdida. La bala entró por su frente y se alojó en la parte posterior de su cabeza. Los médicos no tenían forma de sacarla. Después de eso, la vida de mi familia nunca fue la misma, mi padre comenzó a tener convulsiones frecuentes. ¿Alguna vez has visto a una persona sufriendo un ataque epiléptico frente a ti? No quieres verlo, hermano. Da miedo”.

El hecho motivó que el ingreso familiar recayera en el trabajo de su madre y que fuera su abuela la que lo llevara a entrenarse en Flamengo, con una red de apoyo de vecinos y amigos.

En 2004, luego de que Adriano fuera el goleador de la Copa América con Brasil, Mirinho falleció y su hijo reconoce que nunca logró superarlo: “La muerte de mi padre cambió mi vida para siempre. Hasta el día de hoy, es un problema que aún no he podido resolver”.

La pulsión de Adriano por volver a Brasil

Dar el salto a Europa fue un sueño cumplido en lo profesional que no logró menguar el sufrimiento de Adriano. “Me sentía como una mierda”, repasó sobre su primer invierno en Italia, en un contexto muy diferente al festivo de su núcleo más íntimo. Para Navidad, fue a la casa de Clarence Seedorf y llamó a su mamá por teléfono: "‘¡Hijo mío! Te extraño. Feliz Navidad. Todos están aquí, el único que falta sos vos’, respondió. Me puse a llorar de inmediato”.

“Estaba destrozado. Agarré una botella de vodka. No exagero, hermano. Bebí toda esa mierda solo. Me llené el culo de vodka. Lloré toda la noche. Me desmayé en el sofá porque bebí mucho y lloré. Pero eso fue todo, ¿verdad, hombre? ¿Qué podía hacer? Estaba en Milán por una razón. Era lo que había soñado toda mi vida: convertirme en un jugador de fútbol en Europa. Pero eso no me impidió estar triste”, siguió.

Aún más asentado en el Calcio, el goleador también buscaba volver a su origen e incluso una vez escapó del Viejo Continente para refugiarse en su barrio: “Estuve tres días recorriendo todo el complejo. Nadie me encontró. No hay manera. Regla número uno de la favela: mantené la boca cerrada. La prensa italiana se volvió loca. La policía de Río incluso llevó a cabo una operación para ’rescatarme‘. Dijeron que me habían secuestrado. Estás bromeando, ¿verdad? Imaginate que alguien me va a hacer algún daño aquí… a mí, un niño de la favela".

Ante esa necesidad, ni Roberto Mancini, José Mourinho o el presidente Massimo Moratti lograron encauzarlo: “No pude hacer lo que me pidieron. Me mantuve bien durante unas semanas, evité el alcohol, me entrené como un caballo, pero siempre había una recaída. Una y otra vez. Todo el mundo me criticaba, no podía soportarlo más. La gente decía muchas estupideces. ‘Vaya, Adriano dejó de ganar siete millones de euros. ¿Lo dejó todo por esta mierda?’. Eso es lo que más he oído. Pero no saben por qué lo hice. Lo hice porque no me encontraba bien. Necesitaba mi espacio para hacer lo que quería hacer”.

El presente de Adriano, entre el alcohol y su barrio

“Bebo cada dos días, sí. (Y los otros días también). ¿Cómo llega una persona como yo al punto de beber casi todos los días? No me gusta dar explicaciones a los demás, pero aquí va una: bebo porque no es fácil ser una promesa que sigue en deuda. Y a mi edad, esto es aún peor”, aseguró.

Por último, se refirió a Villa Cruzeiro: “Es un lugar muy peligroso. La vida es dura. La gente sufre. Si me detengo a contar todas las personas que conozco que han fallecido de forma violenta, estaríamos aquí hablando días y días… Aquí camino descalzo y sin camiseta, solo con pantalones cortos. Juego al dominó, me siento en la acera, recuerdo mis historias de infancia, escucho música, bailo con mis amigos y duermo en el suelo. Veo a mi padre en cada uno de estos callejones".

"¿Qué más quiero? Ni siquiera traigo mujeres aquí, mucho menos me meto con niñas que son de mi comunidad, porque solo quiero estar en paz y recordar mi esencia. Por eso sigo volviendo aquí. Aquí me respetan verdaderamente. Aquí está mi historia. Vila Cruzeiro no es el mejor lugar del mundo. Vila Cruzeiro es mi lugar”, completó.

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