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El kirchnerismo troglodita y sus aliados de la izquierda paleozoica quisieron reproducir en diciembre de 2017 aquel diciembre de 2001. Para eso movilizaron a sus clientes políticos, los pertrecharon y los mandaron al centro a romper todo, incluyendo el asalto al Congreso y la legislatura platense.

Todo esto adornando Buenos Aires con helicópteros de utilería. O sea, quisieron transformar a Macri en De la Rúa. No funcionó, desde luego. Podrían haber leído a Lenin, siendo tan de izquierda, acerca de los factores objetivos y los subjetivos de la revolución.

Aquí no se trata de revolución alguna, ni ahora ni en 2001, pero la analogía es útil. Es decir, se trata de entender la diferencia que existe entre la realidad y el deseo. Confundir uno con otro se paga caro en política. La idea de la vanguardia casi siempre termina en un ingenuo voluntarismo.

Lenin les habría dicho que era mejor quedarse en casa. Es que las condiciones objetivas de 2001 no son las de 2017. Acaso crean que ellos lo bajaron a De la Rúa a pura voluntad y que entonces podrían hacer lo mismo ahora. Vale la pena recordar aquel diciembre, pues De la Rúa se derrocó él mismo.

Empecemos con la economía. La decisión de mantener la regla monetaria heredada, la convertibilidad, arrastró al país a una recesión persistente, con sobreendeudamiento y déficit fiscal pronunciado. Ello para mantener el tipo de cambio fijo, promesa que depende de la intervención del Banco Central y que había dejado de ser creíble.

Es que en 2001 Argentina pagaba intereses hasta cuatro veces el promedio internacional. La cuestión no era si habría default, sino cuando. Cuando el corralito le quitó el cash a la economía para detener la corrida monetaria, produjo la corrida de los saqueos, de aquellos que no tenían tarjeta de crédito para comprar la comida del día, esto es.

Pasemos a la política. La coalición de gobierno—la Alianza—ya no existía desde la renuncia del vicepresidente Álvarez en octubre de 2000. A partir de entonces, De la Rúa comenzó a rodearse de un grupo cerrado de amigos y parientes, distanciándose hasta de su propio partido. La elección de octubre de 2001 fue testimonio de un presidente sin poder. Así como de un sistema político exhausto, con muchos votos en blanco y un alto abstencionismo.

La resultante del colapso económico fue la protesta espontánea, "que se vayan todos", que se gritaba en el conurbano, en el centro y en la Avenida del Libertador frente a la casa del ministro Cavallo. Primero renunció él, luego el resto del gabinete y finalmente el presidente. He aquí la metáfora del helicóptero de aquel diciembre que se pretende recrear en este diciembre de hoy.

Ello califica como delirio, a propósito de deseos y realidades. La economía se recupera de la recesión de 2016, el ajuste ya pasó. No es que todo sea color de rosa, el endeudamiento vuelve a apreciar el tipo de cambio y a generar déficit de cuenta corriente, pero es financiable en el mediano plazo. La inversión externa no llega al sector real sino que se limita a instrumentos de deuda, con el consiguiente riesgo de volatilidad en el tipo de cambio, pero la economía experimenta una visible recuperación.

En la política Cambiemos viene de un rotundo éxito electoral. El partido del presidente se consolida como la primera fuerza urbana, en un país eminentemente urbano vale recordar. Alcanza con ver los mapas electorales con el centro del país pintado de amarillo.

Mas aún, las encuestas muestran que el 70 por ciento del país rechaza la violencia desplegada por el aparato kirchnerista, eso es más de los que votaron por Cambiemos. El gobierno está en buena sintonía con una de las principales aspiraciones de la sociedad: vivir en un país normal.

En Argentina no hay un gobierno débil, no hay helicóptero posible. En todo caso, se le puede reprochar al gobierno lo contrario, de abusar de su fortaleza y tirarle la victoria de octubre en la cara a la oposición, provocándola con un paquete legislativo ambicioso al mismo tiempo que desafía la maldición de diciembre. Podría haberse hecho en febrero, pero esa es otra cuestión.

O se puede criticar al oficialismo por legislar a las apuradas sobre temas fundamentales. La seguridad social es siempre una política de Estado, en el corto plazo por su impacto fiscal y en el largo por sus efectos distributivos intergeneracionales. Legislar con excesivo verticalismo y rígida disciplina, a su vez, recuerda el pasado reciente. Ya vivimos sobradamente la legislación express, idea contradictoria con una república sana.

Todo lo anterior es debatible, pero este diciembre no es el de 2001. Lo que ha sucedido esta semana es solo la consecuencia de un kirchnerismo en descomposición, una fuerza incapaz de construir política fuera del Estado. No está en su ADN hacerlo, ya que concibe la política como mero clientelismo, financiado con recursos públicos, naturalmente, y administrado por patotas y aparatos.

Sin los recursos materiales y simbólicos del Estado el kirchnerismo solo puede usar el poder que aún conserva en sentido negativo, es decir, para obstruir a un gobierno legítimo y además popular. En el camino, la sociedad seguirá siendo su rehén.

@hectorschamis

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